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Mi amiga trazadora

Mis objetos más preciados han sido siempre cuadernos y plumas. No colecciono cuadernos pero si acumulaba plumas. Son herramientas increíbles pero además mis dos grandes amigos.

Recuerdo que me gustaban mucho mis clases de escritura, cuando todavía se usaban manguillos y tinteros, ah! qué delicia se sentía correr la plumilla sobre el papel que brincoteaba un poco cuando no me daba cuenta que mi manguillo traía las patas como orqueta, ahí sí que mis pensamientos trotaban cual carreta de trajín de campo. Sin embargo, su deslizamiento era estoico al final de clase.

También son armas grandiosas y temibles porque una vez mi manguillo sirvió cual espada para recuperar mi dignidad pisoteada. La última vez que lo usé fue en la pierna de mi compañera que no me dejó terminar mi escritura por jalarme del cabello.

Ese fue el último día que  blandía mi espada entintada y a partir de ahí la he utilizado para plasmar mis pensamientos y tengo buen cuidado de escoger mis plumas para escribir porque no hay nada que más me disguste que hacerlo con un lápiz o boligrafo prestado. Es como escribir algo ajeno, algo que no me pertenece.

Escojo el punto medio porque me parece que el fino es miedoso e inseguro como si alguien escribiera sobre una cuerda floja y que con cualquier movimiento pecaminoso o truculento, las letras temblaran sin poder ser comprendidas.

Tampoco me gusta el punto grueso porque me parece grotesco, tumultuoso, derrapando entre el querer  darse a entender y el hacerse bolas a propósito so pretexto para encubrir las verdaderas intenciones.

Mi favorito siempre fue el punto medio, incluso en lápiz. Me gusta porque siento que es claro, preciso, directo. Muy sensible en las emociones,  tambaléandose de dolor o alegría. Siempre se muestra claro ante su escritor.

No me gusta el punto azul, me parece burocrático y anodino y ni qué decir de marcar las mayúsculas con otro color. En eso también habría que poner atención. Los colores en la escritura reflejan también el respeto de lo que se escribe. También la fuerza con que empuño mi escritura, habla mucho de quién escribe.

Las plumas que acumulé durante mucho tiempo se fueron haciendo obsoletas. Unas las conservo por puro sentimiento aunque ya no sirvan, otras las tengo por útiles pero siempre las escojo con cariño y devoción porque son las que siempre me han acompañado junto con mis cuadernos a caminar por estos misteriosos recovecos de mi mente. Y ha sido la única herramienta y amiga que ha soportado en infinidad de ocasiones los altibajos de mis emociones. Y aunque mi escritura cojea, se lastima y cae, es mi pluma la que siempre se atraviesa en mis cotidianidades y obcenos pensamientos sin que haya en sus trazos ni un dejo inseguro.

Cuando mi corazón no se atreve a denunciar, el sentido de mi pluma conoce ya mi deseo, invitándome siempre a descararme y entregarme al placer de trazar mis sentimientos.

Tomar la pluma que me ayuda a desfogar mi corazón es parte del ritual para escribir. Saber tomarla es parte de la confianza que tendré en ella para que descifre las letras y aunque es la extensión de lo que plasmo se deforma su movimiento cuando todo lo que traigo no se puede resolver en una frase. Ella comienza a  desfigurar mis líneas, se enoja, se ofende que mi pensamiento no sea claro y me sienta insegura.

Si la suelto no es como desocupar un lápiz o una goma, ella sabe que me tiene hasta la última gota y mis líneas acabarán con ella y todavía la conservaré recordando juntas esas partes que quedan sin llenar, me recuerda que hay que terminar y afrontar eso que me duele o me alegra y me invita de nuevo a jugar con esos códigos que me permitan expresar lo que llevo dentro.

Es mi amiga que no me critica ni juzga siempre a mi lado, presta para atender lo que quiera delinear en un papel o cuaderno y la única que me acepta cual soy.

 

La montaña rusa

No recuerda cuando fue su despertar, pero si recuerda con entero placer casi todo lo que desde aquel momento comenzó a pasar por su mente. Esto mismo le hizo comprender acerca de las cosas imperceptibles a los sentidos, así aprendió que el tiempo es como un carrito en una montaña rusa. El inicio fue como cuando compró el boleto. Los primeros nueve meses, como la espera de su momento en la fila. La primera infancia, cuando le tocó su turno, con la imperiosa ansiedad para tomar una ubicación en el artefacto, sin la experiencia de elegir una posición. Y luego, un poco más de zozobra, para finalmente iniciar el ascenso incomprensiblemente lento e impredecible, sin embargo, constante. En esta etapa, mientras fijaba su atención al final de la pendiente, inevitablemente su mirada subyugada, no le permitía siquiera un vistazo atrás. Mientras su ansiedad acaparaba todo su interés sobre aquella subida, más adelante y por un instante, pudo contemplar todo su derredor y entonces tomó conciencia del Tiempo. Una apreciación entre lo que fue, lo que es y lo que aún no. Y no obstante a pesar de esta última frase y de otras de las insólitas sensaciones difíciles de percibir por los sentidos: La Gravedad. En ese momento, le quedó claro que algo le reclamaba desde su espalda y a la vez algo le atraía hacia la cumbre. En aquel punto nuevamente pudo cavilar acerca de dos cosas, como capacidad propia de los seres humanos: La Intuición, que le permitió desde aquel instante presuponer el “aún no”. El artefacto continuó sobre las guías, fuertes, sólidas e inalterables y en cuestión de un parpadeo todo cambió, la predicción resultó un tanto distinta. La cumbre quedó atrás, y todo de repente se vino encima, aquella sensación de retención se convirtió en una vorágine de aceleración, que con feroz inclemencia empujaba sobre todo su ser. El viento, que en un principio le pareció una caricia, ahora resultaba una tormenta, los cabellos se habían vuelto locos, como queriendo huir en desesperada estampida, en la inclemente caída una espeluznante visión le atrapó por un segundo, al frente se cruzaba la estructura de la montaña rusa, cientos de maderos geométricamente entrelazados. Ni tiempo de cerrar los ojos, cortando la respiración y provocando un asfixiante alarido. La mente quedó confusa frente a tal incidente, mas no tardaba en tratar de cavilar aquella escena cuando en brusco giro primero a la derecha y luego a la izquierda, en subida vertiginosa y después de nuevo, la inevitable caída. El corazón latía desbocado, la piel en las mejillas ondulaban desordenadas, como arrancándose de aquel rostro de inconmensurables ojos desorbitados. Y de nuevo una y otra vez giros a la derecha, a la izquierda. Las manos, asidas a la barra con fuerza tal que parecía que las uñas sangrarían y los dedos amoratados aguerridos a su firme decisión de no soltarse ni por un instante. Los pies trataban de mantener el piso, pero las fuerzas implicadas les hacían ir de un lado a otro, indefensos, como los de un muñeco de trapo, como si bailaran la danza macabra del fin de la existencia. Después de un tiempo que pareció toda una eternidad, aquella experiencia llegó al final. Desaliñado, con el corazón saltándole del pecho, aquel, ahora hombre, reflexionó… ¿Por qué desean desaparecer a La Filosofía?

Al preguntarse esto, recordó entonces cuándo había sido su despertar…apenas hacía un instante.

 

Mi taza de café

 Willis09 Cafe nocturno y sensual lapiz

Quiero hablar de una taza de café, quizá pueda parecer un tanto ilógico o tonto pero el café es la bebida que más me ha gustado y de los pocos vicios que hasta la fecha mantengo.

Una taza de café siempre en la mañana me reanima sin pensar en lo estúpido que es el anuncio de un café con cafeína que te acelera. Puede ser que sea cierto, pero a mí me parece que siempre en la mañana un café me acaricia y me invita a comenzar el día que espero siempre sea bueno.

Esa bebida y siempre en una taza cuando estoy sola pareciera absorberme todos mis pensamientos, es como nostálgica queriendo siempre reproducir momentos agradables con amigos o querencias, pero también me invita a componer el mundo con pensamientos tontos que van de un lado a otro.

También me hace ver el paisaje si estoy fuera tomándolo o ver a la gente si decido ir a un parque. Veo a los que se dicen deportistas corriendo quién sabe cuántas veces, pensando que podrán eliminar todos los pecados de la gula en una vuelta o tal vez en dos o con mucha culpa dará tres o cinco vueltas, siempre con su música en los oídos para apartarse no sé si de la gente o de ellos mismos.

También puedo ver a viejitos como yo abrazándose a la fuerza que con los años se va perdiendo, los veo caminando cansados, con la espalda curva y siempre estirando los viejos huesos que se rehúsan a seguir funcionando cada día menos. También es nostalgia que me invita a verlos en el mismo camino en que estoy.

Puedo ver en ese parque con mi café, a los dueños con perros o a los perros con dueño que se pasean indiferentes vestidos con sus pants de deportes que desde hace algunos años pareciera más una moda semejando la imagen sana de una persona,  pero la verdad es que quizás después se tomen una cerveza o coman cochinita o taquitos, así que la vestimenta de deportista también es un velo que no nos dice nada de la persona.

Una taza de café puede ayudarme a disfrutar mi lectura y con cada sorbo ir devorando mis letras impresas en esos que se llaman libros y que ya muy poca gente los usa y los quiere. Comienzo a ver que mi taza se consume pero me va profundizando en pensamientos que en ese día despiertan conmigo.

El café amargo y sin azúcar como siempre me ha gustado es un vicio del que no prescindiré y a estas alturas del partido cualquier daño que me haya o esté haciendo sale sobrando pues mi camino ya está  casi finalizado. Así es que mi café adorado como sea americano o con chocolate o un piquetito siempre será mi bebida favorita.

También  lo puedo tomar bien acompañada, con mi esposo, ya juntos más de la mitad de nuestras vidas. O tal vez lo compremos muy tempranito, en nuestras bicis. Placer que no pretendo evitar, a menos claro que mis piernas dejen de pedalear mi bonita bici rosa.

Así que bendita mi taza de café!!!!!

Un gran festín marino

En todo nuestro planeta, la naturaleza tiene períodos de gran abundancia de alimento y lluvia, así como temporadas de sequía y hambrunas. Todos los seres vivos de nuestra amada Tierra tienen pues el trabajo de siempre aprovechar las buenas temporadas de agua y alimento que se presentan.

Ese año en especial, delfines, tiburones, focas y hasta gaviotas; sabían que se acercaba una gran temporada de caza, pues los bancos de sardina viajarían de un punto a otro de los océanos. Todos ellos viajaban por sus propias rutas con un solo objetivo: obtener buen alimento para todos los de su especie.

Cuando de pronto apareció el gigantesco banco de sardinas todos se detuvieron en ese punto. No se miraban entre ellos ni los tiburones con los delfines ni las focas con los tiburones y ni tampoco miraban hacia arriba en donde se arremolinaban las gaviotas.

Siendo tan diferentes todos estos animales podría pensarse que se atacarían entre ellos para quedarse con más. Y hay que aclarar que el grupo de sardinas era gigantesco de manera que no habría duda alguna de que todos podrían comer lo que quisieran sin ningún problema

Lo sorprendente es que al iniciar la caza, todos estos animales tan diferentes en muchos sentidos y sin embargo, viviendo en el mismo mar; unieron sus propias habilidades en una sola estrategia. Los tiburones y focas que tienen habilidades de velocidad en mar profundo comenzaron a cercar al banco haciéndolo subir hacia la superficie. Los delfines con su gran inteligencia y rapidez nadaron entre los pececillos dividiéndolos en grupos cuidando de no romper el cerco que los tiburones y las focas mantenían. Las gaviotas solo espectadoras avisando a las demás aves marinas.

En el momento en que las sardinas pudieron rozar la parte alta del mar todos con esa estrategia de grupo comenzaron a alimentarse en grandes cantidades. El festín era fenomenal y estos grandes animales unieron sus habilidades siendo competentes en la caza de ese alimento.

Quizá de manera grupal por especie hubiera resultado tediosa y a lo mejor sin tanto éxito. Pero con la unión de diferentes habilidades la meta de ser felices con la panza llena, todos estuvieron a gusto. Tanto que con sólo una mirada todos los animales se agradecieron entre sí el haber compartido la temporada de caza.

Es así como de manera inteligente se pueden alcanzar los objetivos, uniendo habilidades y sin egoísmo o codicia. Y cómo a pesar de ser tan diferentes pudieron aprovechar lo que el generoso mar les brindaba.

Casquito

La naturaleza tiene un modo extraño de ofrecernos su belleza. Y en el reino animal del que el hombre forma parte, existen un sinnúmero de especies con raras características y colores. Unos muestran su plumaje, otros sus habilidades, su fiereza y su valor para sobrevivir.

Y cuando los hombres se acercan a ese mundo, colocan nombres y definiciones de su comportamiento y de qué se alimentan y en dónde viven. Sólo unos pocos tienen la fortuna de conocer a tantos animales de cerca, la mayoría sólo en zoológicos o documentales y revistas. Pensemos en los veterinarios que los cuidan, en los cazadores que los matan y en los zoológicos que los encierran. Unos ayudan, otros los matan y los últimos los aprisionan.

Estoy entre los afortunados que por un tiempo tuvo el gusto de convivir con una extraña criatura, era pequeña cuando lo llevé a casa. La encontré desamparada a la orilla de la carretera cuando regresaba a casa después de unas gratas vacaciones veraniegas.

Era un bebé exótico no había duda, su piel era dura, con muchos pliegues como una armadura, con pelos y bigotes, con tonalidades cafés y blancas. Su hocico era alargado y sus orejas puntiagudas. Sus patas grandes y con garras. Una lengua larga y ojos pequeños y vivarachos.

Al principio mi hermano y mis papás lo acogieron con curiosidad y precaución. Lo bauticé como Casquito porque al sentirse inseguro y con miedo se hacía bolita como cubriéndose con un escudo o casco protector. Era tímido y nocturno. Dormíamos juntos y siempre se acomodaba debajo de mi camiseta como buscando el calorcito. Si estaba alguien sentado en la cocina, rascaba su zapato para pedir comida o un pequeño apapacho. Paseaba solo y en silencio, además era un poco cegatón. Ante su presencia uno podía sentir su ternura y él ofrecía una actitud amorosa y tranquila. Increíble que uno pensara en sentimientos trasmitidos por un ser salido de la selva donde siempre suponemos el ambiente hostil y de alerta. Y aunque ya no está con nosotros porque murió de manera inesperada, siempre extrañaré a mi buen amigo Casquito

Con su ausencia entendí entonces que no se debe juzgar a nadie por una imagen y apariencia porque eso no permitirá conocer a un gran amigo y crecer así más como persona. Lo que uno aparenta y lo que se es de verdad es muy distinto. Así que antes de etiquetar a alguien date la oportunidad de conocerlo.

Una personita

Nuestro mundo tan rico y tan misterioso. Tan lleno de vida y de colores. Miles de mundos diferentes al nuestro. Incluso dentro de cada persona hay más mundos: el de las células creando los órganos, el de la sangre con los nutrientes y éstos mismos con universos sin conocerse en su totalidad.

Todo esto es parte de la vida de nuestro planeta Tierra. Todo esto por conocer mientras nuestro despertar dure, tal vez años muchos años. Tal vez menos, nunca se sabe. La persona misma es un universo lleno no sólo de cuerpos y sistemas que nos ayudan a conocer el mundo externo, sino también un Todo lleno de ideas. Ideas que crecen y desaparecen. Ideas que no pensamos pero vienen de fuera, de los alrededores, de conectarse con otros.

Y sin embargo, es necesario un orden para entenderlo. Entonces comienza el martirio. Este orden requiere de estructuras, es decir, de reglas a seguir para un sistema lleno de cuestiones que atender y que aprender. De pequeños sólo seguimos la primera formación de ese orden: la familia. Nos dan cobijo, alimento, vestido y amor.

Así es este mundo cuando una personita nace y llega para residir en él. No pregunta, sigue esos caminos. Piensa que así es el mundo y lo acepta, no sin voluntad no con voluntad. Lo hace sin entendimiento, sin comprensión. Como parte del reino vivo se siguen los instintos del hambre y del resguardo. Pero se sigue sin entender tantas reglas. Se siente diferente el afuera y el adentro. No se pregunta se sigue la rutina, esto crea hábitos. Seguir una actividad una y otra vez hasta que se nos grabe como el hierro caliente en el ganado. Esto es bueno, dicen, organiza tu tiempo y coordina tus actividades.

Conforme crece esa personita, sigue sin entender. La familia, los padres, los hermanos siguen lo mismo. Hacer y no hacer, alcanzar y luchar. Y uno comienza a preguntarse para qué o por qué. Y aquella naturaleza prístina va desapareciendo. La familia dice reglas, hay que seguirlas. Papá y mamá igual. Rutinas, métodos, hábitos. Buscar una meta para eso es dicen todos ¿Una meta?

El mundo entonces pareciera tener mil cuestiones que atender y el adentro ahí se queda, escondido, confundido. Sigue el camino y no se pregunta confía en las personas que como ella la recibieron en este mundo tan material y tan incomprensible.

Qué podría preguntarse esa personita. Sólo lo que su poca información le dan sus queridos, aquellos con los que vive. Y no sabe si su mami que tanto la quiere le esté diciendo lo bueno o lo correcto. Lo adecuado y lo conveniente será, dice papá. Pero esa personita comienza a tener su propia estructura, débil todavía y aún no la entiende. Ella piensa en sueños, en fantasías, las que ve afuera, las que siente adentro. No le interesan las reglas ni su entrada a la escuela, le gusta correr y sentir eso que la hace contenta por dentro, eso que le permite reír y la conduce a los cielos de los niños, de las personitas. Siempre le gusta eso, no le importa levantarse o lavarse, ella insiste en el contacto con la alegría con la curiosidad, en un gusanito o una planta, en las nubes o en las montañas, en los ruidos extraños, en los olores, en sus manos y en el camino. Pero mami, siempre la sienta y la quiere quieta inmóvil, sin ensuciarse, siguiendo siempre las reglas. Papá casi ausente aunque la personita siempre lo siente tenso, enojado, está en casa pero no lo siente con ella. Mamá también, aunque con menos frecuencia. Siendo tan pequeña no debe elegir lo que quiere en ese momento o en ninguno. Si puede se escapa, sino entonces come cosas ricas y ve las figuras en una caja divertida. Le compran muñecas, semejantes a los humanos o cochecitos o espadas. La ropa también es reglamentaria, si va a la escuela el uniforme, todos iguales por si se pierde. Un pijama para dormir, vestido o pantalón. La familia igual se uniforman, ellos dicen son originales pero la personita los ve iguales a todos. No entiende diferencias, no entiende colores, los disfruta. No entiende los colores de la piel, el cabello o los ojos. Pero mami y papi sí, ellos le dicen si puedes esto, no puedes aquello. Si te equivocas hay castigo pero si lo sigues hay recompensa. La personita se imagina como los animalitos en la tienda de mascotas. Largos caminos que recorrer, si se elige el bueno, hay recompensa, sino el dulce desaparece.

Entonces va aprendiendo, todavía no sabe si bien o si mal. Sólo ve los dulces y los regalos, las princesas y los superhéroes. Quiere correr y volar, ser bonita o muy fuerte. Escapar a sus cielos y sus sueños, esos que se van desapareciendo con la edad. Con el demoler de su adentro para crear otra personita que no es la misma que nació.

Crece cambiada, bonita como mami quiere. Callada y obediente como a papi le gusta. Pero sigue sin entender el afuera y ahora su adentro ya no lo encuentra.

Pensando en el mañana

¿Qué fue lo primero que registró mi mente después de haber nacido? ¿Cuánto tiempo pasó desde aquel momento para que mi mente pudiera hacerme llegar algún recuerdo?

Estas son algunas preguntas que mi anciano abuelo alguna vez me comentó, entonces era un muchacho de quizás diez o doce años y al paso del tiempo, esas también se convirtieron en mis propias preguntas. En aquellos días, me esforzaba por volver el tiempo atrás y sin embargo, pocos, demasiado pocos eran y son mis recuerdos, quizás el más lejano es aquel vago escenario. Me acuerdo encontrarme en una habitación muy bien iluminada y que mi vista era muy al ras del piso. Todo aquello me parecía enorme: la duela color crema muy suave, los muros que la circundaban, también eran de tonalidad muy clara, quizás almendra y aquellas altísimas ventanas de marcos obscuros por donde penetraban directamente los rayos de sol. Todo estaba impecablemente limpio y lo sentía demasiado grande, alto, quizás era aquel lugar una casa de gigantes, pues aquel recuerdo me mantenía con la perspectiva muy cerca del suelo, y desde ahí, percibía el aroma a madera, apreciar sus detalles, las vetas dibujadas en la duela, las juntas increíblemente rectilíneas y finalmente, mis manos, pequeñas y regordetas apoyadas sobre el piso. En el momento de pensar en aquel vago y borroso recuerdo me doy cuenta de que hasta hoy puedo describirlo y darle nombre a las cosas que en aquel lugar había. Evoco la suavidad de la madera y el sentir intenso del sol a través de las ventanas tanto que lastimaba mi vista, los sonidos eran fuertes y claros a mis oídos y aquel perfume capturado ávidamente por mi olfato, las percepciones de mis sentidos eran muy profundas. Es un recuerdo que hoy se confunde en mis pensamientos y hasta he llegado a pensar que quizás solo es parte de un sueño, pero al igual que estos, los recuerdos, sobre todo los más antiguos, se entremezclan confundidos entre la realidad y la fantasía.

¿Cuántas veces en tu vida has pensado en esto?, me decía el abuelo

Lo que hagas hoy, no lo dejes morir en la rutina, guárdalo en tu mente y en tu corazón, para que mañana tu vejez sea rica… ¿sabes por qué los ancianos se encorvan?, decía el abuelo

Porque ellos cargan en su espalda sus recuerdos, entre más anciana y encorvada encuentres a una persona, más pesada y grande es su sabiduría, por eso cuando ves que les cuesta trabajo andar, es porque su sapiencia es enorme.

Cuando tengas dudas, acude a los abuelos…

Cuando mi abuelo murió, se fue con una sonrisa, pues en verdad me enseñó a no perder de vista… mi propia vida.

Fin

Alejandro Rodríguez Gaitán

Akén y la Sandalia Mágica

De pronto Akén se quedó con la vista fija, incrédulo, no podía creer lo que veía, le causó asombro pues acababa de hacer un gran descubrimiento. Tal vez el ambiente que lo rodeaba, en aquel momento de soledad, la intimidad de su habitación, el ángulo en que la luz penetraba por su ventana o quizá todo en su conjunto influyeron en este hecho, mas no podía apartar su mirada, había quedado como hipnotizado, los ojos bien abiertos, casi desorbitados, por un momento, incapaz de mover ni tan siquiera un solo músculo… ni un parpadeo. Akén, miraba aquel objeto tantas veces utilizado, tantas veces pisado, cada día, cada noche, tantas veces necesario, una y otra vez sin haberse percatado de aquel gran detalle.

Como en tantas otras ocasiones se había inclinado a tomar aquel objeto tan de uso común y cotidiano, pero esta vez algo atrajo poderosamente su atención y parecía ser casualmente la posición en que el objeto se encontraba, no la usual sino en posición opuesta, es decir, boca abajo. Debería haber volteado aquel objeto y calzarlo, mas ese día, algo atrajo su atención, de tal forma, que lo único que pudo hacer fue levantarlo y acercárselo al rostro.

Lo tomó entre ambas manos con delicadeza, asiándolo con sus dedos por el perfil, poco a poco lo acerco y alejó a su vista girándolo una y otra vez, hacia un lado y hacia el otro. Akén, estaba fascinado, absorto, ¡Akén descubrió la suela en su sandalia de baño!, pero, por primera vez y a su corta edad observó algo más, algo que parecía escondido, insinuado, había un patrón, flechas ordenadas, sí, pero observó que estas jugaban ante su mirada, o su mirada jugaba ante aquel patrón? Entonces, Akén comprendió el mensaje oculto en la suela de su sandalia. De manera casual o quizás fortuita pero finalmente real.

La sandalia le mostró un principio, un orden y conforme él quiso escudriñar encontró el mensaje, el patrón ahí estaba, lo tenía en sus manos, solo tenía que ser curioso, entonces descubrió caminos, senderos, direcciones, módulos y hasta un lenguaje, ¿acaso la sandalia hablaba? En realidad no de la manera que la mayoría pensaría, pero sí, la sandalia hablaba un lenguaje extraño que solo aquellos elegidos podrían llegar a conocer. ¿Era todo esto realidad o era consecuencia de una imaginación desmesurada?

Akén se sintió feliz y se dio cuenta que en adelante caminaría con mayor firmeza sobre sus propios pasos, pues la sandalia le había mostrado el cómo y también le hizo ver que su suela no solo servía para hacer contacto con el piso.

De tal manera fue la increíble experiencia de Akén , que un buen día -se dice- llegó aún más lejos, cuentan que con el tiempo aprendió a mirar en su sandalia una extraña suela escurridiza, quizás un portal a una nueva y desconocida Dimensión, pero esto en realidad -dicen otros- es puro cuento, más Akén esto lo guardó solo para sí como su gran secreto y nadie o quizá pocos supieron si aquello fue verdad.

¿Alguna vez has mirado la suela de tu sandalia y experimentado la leyenda del gran Akén?

Fin

Alejandro Rodríguez Gaitán