Mi taza de café

 Willis09 Cafe nocturno y sensual lapiz

Quiero hablar de una taza de café, quizá pueda parecer un tanto ilógico o tonto pero el café es la bebida que más me ha gustado y de los pocos vicios que hasta la fecha mantengo.

Una taza de café siempre en la mañana me reanima sin pensar en lo estúpido que es el anuncio de un café con cafeína que te acelera. Puede ser que sea cierto, pero a mí me parece que siempre en la mañana un café me acaricia y me invita a comenzar el día que espero siempre sea bueno.

Esa bebida y siempre en una taza cuando estoy sola pareciera absorberme todos mis pensamientos, es como nostálgica queriendo siempre reproducir momentos agradables con amigos o querencias, pero también me invita a componer el mundo con pensamientos tontos que van de un lado a otro.

También me hace ver el paisaje si estoy fuera tomándolo o ver a la gente si decido ir a un parque. Veo a los que se dicen deportistas corriendo quién sabe cuántas veces, pensando que podrán eliminar todos los pecados de la gula en una vuelta o tal vez en dos o con mucha culpa dará tres o cinco vueltas, siempre con su música en los oídos para apartarse no sé si de la gente o de ellos mismos.

También puedo ver a viejitos como yo abrazándose a la fuerza que con los años se va perdiendo, los veo caminando cansados, con la espalda curva y siempre estirando los viejos huesos que se rehúsan a seguir funcionando cada día menos. También es nostalgia que me invita a verlos en el mismo camino en que estoy.

Puedo ver en ese parque con mi café, a los dueños con perros o a los perros con dueño que se pasean indiferentes vestidos con sus pants de deportes que desde hace algunos años pareciera más una moda semejando la imagen sana de una persona,  pero la verdad es que quizás después se tomen una cerveza o coman cochinita o taquitos, así que la vestimenta de deportista también es un velo que no nos dice nada de la persona.

Una taza de café puede ayudarme a disfrutar mi lectura y con cada sorbo ir devorando mis letras impresas en esos que se llaman libros y que ya muy poca gente los usa y los quiere. Comienzo a ver que mi taza se consume pero me va profundizando en pensamientos que en ese día despiertan conmigo.

El café amargo y sin azúcar como siempre me ha gustado es un vicio del que no prescindiré y a estas alturas del partido cualquier daño que me haya o esté haciendo sale sobrando pues mi camino ya está  casi finalizado. Así es que mi café adorado como sea americano o con chocolate o un piquetito siempre será mi bebida favorita.

También  lo puedo tomar bien acompañada, con mi esposo, ya juntos más de la mitad de nuestras vidas. O tal vez lo compremos muy tempranito, en nuestras bicis. Placer que no pretendo evitar, a menos claro que mis piernas dejen de pedalear mi bonita bici rosa.

Así que bendita mi taza de café!!!!!

Un gran festín marino

En todo nuestro planeta, la naturaleza tiene períodos de gran abundancia de alimento y lluvia, así como temporadas de sequía y hambrunas. Todos los seres vivos de nuestra amada Tierra tienen pues el trabajo de siempre aprovechar las buenas temporadas de agua y alimento que se presentan.

Ese año en especial, delfines, tiburones, focas y hasta gaviotas; sabían que se acercaba una gran temporada de caza, pues los bancos de sardina viajarían de un punto a otro de los océanos. Todos ellos viajaban por sus propias rutas con un solo objetivo: obtener buen alimento para todos los de su especie.

Cuando de pronto apareció el gigantesco banco de sardinas todos se detuvieron en ese punto. No se miraban entre ellos ni los tiburones con los delfines ni las focas con los tiburones y ni tampoco miraban hacia arriba en donde se arremolinaban las gaviotas.

Siendo tan diferentes todos estos animales podría pensarse que se atacarían entre ellos para quedarse con más. Y hay que aclarar que el grupo de sardinas era gigantesco de manera que no habría duda alguna de que todos podrían comer lo que quisieran sin ningún problema

Lo sorprendente es que al iniciar la caza, todos estos animales tan diferentes en muchos sentidos y sin embargo, viviendo en el mismo mar; unieron sus propias habilidades en una sola estrategia. Los tiburones y focas que tienen habilidades de velocidad en mar profundo comenzaron a cercar al banco haciéndolo subir hacia la superficie. Los delfines con su gran inteligencia y rapidez nadaron entre los pececillos dividiéndolos en grupos cuidando de no romper el cerco que los tiburones y las focas mantenían. Las gaviotas solo espectadoras avisando a las demás aves marinas.

En el momento en que las sardinas pudieron rozar la parte alta del mar todos con esa estrategia de grupo comenzaron a alimentarse en grandes cantidades. El festín era fenomenal y estos grandes animales unieron sus habilidades siendo competentes en la caza de ese alimento.

Quizá de manera grupal por especie hubiera resultado tediosa y a lo mejor sin tanto éxito. Pero con la unión de diferentes habilidades la meta de ser felices con la panza llena, todos estuvieron a gusto. Tanto que con sólo una mirada todos los animales se agradecieron entre sí el haber compartido la temporada de caza.

Es así como de manera inteligente se pueden alcanzar los objetivos, uniendo habilidades y sin egoísmo o codicia. Y cómo a pesar de ser tan diferentes pudieron aprovechar lo que el generoso mar les brindaba.

Casquito

La naturaleza tiene un modo extraño de ofrecernos su belleza. Y en el reino animal del que el hombre forma parte, existen un sinnúmero de especies con raras características y colores. Unos muestran su plumaje, otros sus habilidades, su fiereza y su valor para sobrevivir.

Y cuando los hombres se acercan a ese mundo, colocan nombres y definiciones de su comportamiento y de qué se alimentan y en dónde viven. Sólo unos pocos tienen la fortuna de conocer a tantos animales de cerca, la mayoría sólo en zoológicos o documentales y revistas. Pensemos en los veterinarios que los cuidan, en los cazadores que los matan y en los zoológicos que los encierran. Unos ayudan, otros los matan y los últimos los aprisionan.

Estoy entre los afortunados que por un tiempo tuvo el gusto de convivir con una extraña criatura, era pequeña cuando lo llevé a casa. La encontré desamparada a la orilla de la carretera cuando regresaba a casa después de unas gratas vacaciones veraniegas.

Era un bebé exótico no había duda, su piel era dura, con muchos pliegues como una armadura, con pelos y bigotes, con tonalidades cafés y blancas. Su hocico era alargado y sus orejas puntiagudas. Sus patas grandes y con garras. Una lengua larga y ojos pequeños y vivarachos.

Al principio mi hermano y mis papás lo acogieron con curiosidad y precaución. Lo bauticé como Casquito porque al sentirse inseguro y con miedo se hacía bolita como cubriéndose con un escudo o casco protector. Era tímido y nocturno. Dormíamos juntos y siempre se acomodaba debajo de mi camiseta como buscando el calorcito. Si estaba alguien sentado en la cocina, rascaba su zapato para pedir comida o un pequeño apapacho. Paseaba solo y en silencio, además era un poco cegatón. Ante su presencia uno podía sentir su ternura y él ofrecía una actitud amorosa y tranquila. Increíble que uno pensara en sentimientos trasmitidos por un ser salido de la selva donde siempre suponemos el ambiente hostil y de alerta. Y aunque ya no está con nosotros porque murió de manera inesperada, siempre extrañaré a mi buen amigo Casquito

Con su ausencia entendí entonces que no se debe juzgar a nadie por una imagen y apariencia porque eso no permitirá conocer a un gran amigo y crecer así más como persona. Lo que uno aparenta y lo que se es de verdad es muy distinto. Así que antes de etiquetar a alguien date la oportunidad de conocerlo.

Esas pequeñas fortalezas

Cómo es que siento que el tiempo ha pasado tan pronto. Cuando la vida en común con una familia comienza. Tiene planes, sueños, actividades qué hacer. Cada quien toma su tarea, pensada, planeada o no,  sólo la hace.

La vida en la actualidad tan rápida tan súbita. Las rutinas hacen que se pierdan tantos sentidos en el camino. Las responsabilidades como las bolas de nieve, pequeñas al principio y repente tan grandes. Cuesta cargarlas pero se sigue.

La vida cotidiana absorbe, luego son los deberes. Los hijos crecen, ayudados, cobijados o no. Errores que se cometen, a veces se corrigen o se la pasa uno dando disculpas que no terminan. Las personas hacen lo que pueden a veces con lo que tienen, otras con lo que pueden conseguir y continúan con su camino.

Las fiestas, las diversiones o entretenimientos llegan a ser también monótonos y repetitivos. No se siente que sea uno mismo, se deja absorber y se pierde en el ruido de las ciudades, se deja uno llevar por los amigos o parientes. Pero la inutilidad de las actividades comienza a ser lo mismo. Se pregunta uno mismo si lo que hace tiene alguna finalidad.

Y en el fondo siempre está aquella cuestión deseada, ya empolvada, las telarañas del tiempo nublan la claridad de esos pensamientos que quieren aflorar. Uno ya no encuentra el principio de la madeja. Cómo es que se perdió entre tanto marasmo civilizado. Escudriñando siempre entre los recuerdos, deseando siempre encontrar algo de qué asiarse para continuar.

Uno siempre trabaja, va como loco de allá para acá, sube, baja. Hace bien sus deberes, bueno eso se piensa uno. Que va bien como padre, como madre, como hijo, como nuera, como yerno. Al final cuando termina uno su labor de eso, se queda encordado como no dejarse detener pero ya hay un espacio grande, cada vez más grande. Entonces uno se detiene y ve para atrás una multitud de años y de minutos, sin cuenta de cuándo pasaron, por qué no se detuvieron un poco más. Y suspira de tantas horas, minutos y días que pasaron en la inmensidad de cuestiones absurdas.

Acumular bienes, amigos, parientes, fiestas. Nunca se detiene, siempre querer más, las demandas de todos, partirse en tres en cuatro además de uno mismo. Y no sé porque se pone uno muy triste, si porque el final está más cerca o porque quisiera enmendar o seguir cometiendo errores y sentir más alegrías.

Y siguiendo con esa búsqueda interna, esa voz nuestra que nunca miente y que está siempre en uno, en la profundidad, sigue apoyando y logra entonces encontrar grandes vivencias, experiencias deliciosas. Esas pequeñeces que todavía se encuentran en un baúl muy personal, muy íntimo. Esas que no se escapan de la piel y de la memoria. Y se perciben momentos más buenos que malos y más generosos de contento que de pena o enojo. Esos que te dejan lágrimas de alegría, que no puedes dejar de pensar y querer traerlos de vuelta contigo. Y uno se abraza de eso con toda su alma.

Cada persona es el fuego cálido de esas vivencias, de esas que se hacen fuertes con el tiempo. Y como los diques que protegen de las tormentas, de las violentas mareas. Eso es lo vivido con las querencias. Entonces uno se vuelve fuerte y tornan las ganas y regresa el ímpetu y se inyecta de nuevo el espíritu.

Es así como esas pequeñas fortalezas son las que ayudan a recrear el sentido de la vida y la continuidad del deleite. Porque si bien el tiempo vuela, aún en las malas experiencias lo bueno siempre será más de peso.

 

Una personita

Nuestro mundo tan rico y tan misterioso. Tan lleno de vida y de colores. Miles de mundos diferentes al nuestro. Incluso dentro de cada persona hay más mundos: el de las células creando los órganos, el de la sangre con los nutrientes y éstos mismos con universos sin conocerse en su totalidad.

Todo esto es parte de la vida de nuestro planeta Tierra. Todo esto por conocer mientras nuestro despertar dure, tal vez años muchos años. Tal vez menos, nunca se sabe. La persona misma es un universo lleno no sólo de cuerpos y sistemas que nos ayudan a conocer el mundo externo, sino también un Todo lleno de ideas. Ideas que crecen y desaparecen. Ideas que no pensamos pero vienen de fuera, de los alrededores, de conectarse con otros.

Y sin embargo, es necesario un orden para entenderlo. Entonces comienza el martirio. Este orden requiere de estructuras, es decir, de reglas a seguir para un sistema lleno de cuestiones que atender y que aprender. De pequeños sólo seguimos la primera formación de ese orden: la familia. Nos dan cobijo, alimento, vestido y amor.

Así es este mundo cuando una personita nace y llega para residir en él. No pregunta, sigue esos caminos. Piensa que así es el mundo y lo acepta, no sin voluntad no con voluntad. Lo hace sin entendimiento, sin comprensión. Como parte del reino vivo se siguen los instintos del hambre y del resguardo. Pero se sigue sin entender tantas reglas. Se siente diferente el afuera y el adentro. No se pregunta se sigue la rutina, esto crea hábitos. Seguir una actividad una y otra vez hasta que se nos grabe como el hierro caliente en el ganado. Esto es bueno, dicen, organiza tu tiempo y coordina tus actividades.

Conforme crece esa personita, sigue sin entender. La familia, los padres, los hermanos siguen lo mismo. Hacer y no hacer, alcanzar y luchar. Y uno comienza a preguntarse para qué o por qué. Y aquella naturaleza prístina va desapareciendo. La familia dice reglas, hay que seguirlas. Papá y mamá igual. Rutinas, métodos, hábitos. Buscar una meta para eso es dicen todos ¿Una meta?

El mundo entonces pareciera tener mil cuestiones que atender y el adentro ahí se queda, escondido, confundido. Sigue el camino y no se pregunta confía en las personas que como ella la recibieron en este mundo tan material y tan incomprensible.

Qué podría preguntarse esa personita. Sólo lo que su poca información le dan sus queridos, aquellos con los que vive. Y no sabe si su mami que tanto la quiere le esté diciendo lo bueno o lo correcto. Lo adecuado y lo conveniente será, dice papá. Pero esa personita comienza a tener su propia estructura, débil todavía y aún no la entiende. Ella piensa en sueños, en fantasías, las que ve afuera, las que siente adentro. No le interesan las reglas ni su entrada a la escuela, le gusta correr y sentir eso que la hace contenta por dentro, eso que le permite reír y la conduce a los cielos de los niños, de las personitas. Siempre le gusta eso, no le importa levantarse o lavarse, ella insiste en el contacto con la alegría con la curiosidad, en un gusanito o una planta, en las nubes o en las montañas, en los ruidos extraños, en los olores, en sus manos y en el camino. Pero mami, siempre la sienta y la quiere quieta inmóvil, sin ensuciarse, siguiendo siempre las reglas. Papá casi ausente aunque la personita siempre lo siente tenso, enojado, está en casa pero no lo siente con ella. Mamá también, aunque con menos frecuencia. Siendo tan pequeña no debe elegir lo que quiere en ese momento o en ninguno. Si puede se escapa, sino entonces come cosas ricas y ve las figuras en una caja divertida. Le compran muñecas, semejantes a los humanos o cochecitos o espadas. La ropa también es reglamentaria, si va a la escuela el uniforme, todos iguales por si se pierde. Un pijama para dormir, vestido o pantalón. La familia igual se uniforman, ellos dicen son originales pero la personita los ve iguales a todos. No entiende diferencias, no entiende colores, los disfruta. No entiende los colores de la piel, el cabello o los ojos. Pero mami y papi sí, ellos le dicen si puedes esto, no puedes aquello. Si te equivocas hay castigo pero si lo sigues hay recompensa. La personita se imagina como los animalitos en la tienda de mascotas. Largos caminos que recorrer, si se elige el bueno, hay recompensa, sino el dulce desaparece.

Entonces va aprendiendo, todavía no sabe si bien o si mal. Sólo ve los dulces y los regalos, las princesas y los superhéroes. Quiere correr y volar, ser bonita o muy fuerte. Escapar a sus cielos y sus sueños, esos que se van desapareciendo con la edad. Con el demoler de su adentro para crear otra personita que no es la misma que nació.

Crece cambiada, bonita como mami quiere. Callada y obediente como a papi le gusta. Pero sigue sin entender el afuera y ahora su adentro ya no lo encuentra.

Pensando en el mañana

¿Qué fue lo primero que registró mi mente después de haber nacido? ¿Cuánto tiempo pasó desde aquel momento para que mi mente pudiera hacerme llegar algún recuerdo?

Estas son algunas preguntas que mi anciano abuelo alguna vez me comentó, entonces era un muchacho de quizás diez o doce años y al paso del tiempo, esas también se convirtieron en mis propias preguntas. En aquellos días, me esforzaba por volver el tiempo atrás y sin embargo, pocos, demasiado pocos eran y son mis recuerdos, quizás el más lejano es aquel vago escenario. Me acuerdo encontrarme en una habitación muy bien iluminada y que mi vista era muy al ras del piso. Todo aquello me parecía enorme: la duela color crema muy suave, los muros que la circundaban, también eran de tonalidad muy clara, quizás almendra y aquellas altísimas ventanas de marcos obscuros por donde penetraban directamente los rayos de sol. Todo estaba impecablemente limpio y lo sentía demasiado grande, alto, quizás era aquel lugar una casa de gigantes, pues aquel recuerdo me mantenía con la perspectiva muy cerca del suelo, y desde ahí, percibía el aroma a madera, apreciar sus detalles, las vetas dibujadas en la duela, las juntas increíblemente rectilíneas y finalmente, mis manos, pequeñas y regordetas apoyadas sobre el piso. En el momento de pensar en aquel vago y borroso recuerdo me doy cuenta de que hasta hoy puedo describirlo y darle nombre a las cosas que en aquel lugar había. Evoco la suavidad de la madera y el sentir intenso del sol a través de las ventanas tanto que lastimaba mi vista, los sonidos eran fuertes y claros a mis oídos y aquel perfume capturado ávidamente por mi olfato, las percepciones de mis sentidos eran muy profundas. Es un recuerdo que hoy se confunde en mis pensamientos y hasta he llegado a pensar que quizás solo es parte de un sueño, pero al igual que estos, los recuerdos, sobre todo los más antiguos, se entremezclan confundidos entre la realidad y la fantasía.

¿Cuántas veces en tu vida has pensado en esto?, me decía el abuelo

Lo que hagas hoy, no lo dejes morir en la rutina, guárdalo en tu mente y en tu corazón, para que mañana tu vejez sea rica… ¿sabes por qué los ancianos se encorvan?, decía el abuelo

Porque ellos cargan en su espalda sus recuerdos, entre más anciana y encorvada encuentres a una persona, más pesada y grande es su sabiduría, por eso cuando ves que les cuesta trabajo andar, es porque su sapiencia es enorme.

Cuando tengas dudas, acude a los abuelos…

Cuando mi abuelo murió, se fue con una sonrisa, pues en verdad me enseñó a no perder de vista… mi propia vida.

Fin

Alejandro Rodríguez Gaitán

Akén y la Sandalia Mágica

De pronto Akén se quedó con la vista fija, incrédulo, no podía creer lo que veía, le causó asombro pues acababa de hacer un gran descubrimiento. Tal vez el ambiente que lo rodeaba, en aquel momento de soledad, la intimidad de su habitación, el ángulo en que la luz penetraba por su ventana o quizá todo en su conjunto influyeron en este hecho, mas no podía apartar su mirada, había quedado como hipnotizado, los ojos bien abiertos, casi desorbitados, por un momento, incapaz de mover ni tan siquiera un solo músculo… ni un parpadeo. Akén, miraba aquel objeto tantas veces utilizado, tantas veces pisado, cada día, cada noche, tantas veces necesario, una y otra vez sin haberse percatado de aquel gran detalle.

Como en tantas otras ocasiones se había inclinado a tomar aquel objeto tan de uso común y cotidiano, pero esta vez algo atrajo poderosamente su atención y parecía ser casualmente la posición en que el objeto se encontraba, no la usual sino en posición opuesta, es decir, boca abajo. Debería haber volteado aquel objeto y calzarlo, mas ese día, algo atrajo su atención, de tal forma, que lo único que pudo hacer fue levantarlo y acercárselo al rostro.

Lo tomó entre ambas manos con delicadeza, asiándolo con sus dedos por el perfil, poco a poco lo acerco y alejó a su vista girándolo una y otra vez, hacia un lado y hacia el otro. Akén, estaba fascinado, absorto, ¡Akén descubrió la suela en su sandalia de baño!, pero, por primera vez y a su corta edad observó algo más, algo que parecía escondido, insinuado, había un patrón, flechas ordenadas, sí, pero observó que estas jugaban ante su mirada, o su mirada jugaba ante aquel patrón? Entonces, Akén comprendió el mensaje oculto en la suela de su sandalia. De manera casual o quizás fortuita pero finalmente real.

La sandalia le mostró un principio, un orden y conforme él quiso escudriñar encontró el mensaje, el patrón ahí estaba, lo tenía en sus manos, solo tenía que ser curioso, entonces descubrió caminos, senderos, direcciones, módulos y hasta un lenguaje, ¿acaso la sandalia hablaba? En realidad no de la manera que la mayoría pensaría, pero sí, la sandalia hablaba un lenguaje extraño que solo aquellos elegidos podrían llegar a conocer. ¿Era todo esto realidad o era consecuencia de una imaginación desmesurada?

Akén se sintió feliz y se dio cuenta que en adelante caminaría con mayor firmeza sobre sus propios pasos, pues la sandalia le había mostrado el cómo y también le hizo ver que su suela no solo servía para hacer contacto con el piso.

De tal manera fue la increíble experiencia de Akén , que un buen día -se dice- llegó aún más lejos, cuentan que con el tiempo aprendió a mirar en su sandalia una extraña suela escurridiza, quizás un portal a una nueva y desconocida Dimensión, pero esto en realidad -dicen otros- es puro cuento, más Akén esto lo guardó solo para sí como su gran secreto y nadie o quizá pocos supieron si aquello fue verdad.

¿Alguna vez has mirado la suela de tu sandalia y experimentado la leyenda del gran Akén?

Fin

Alejandro Rodríguez Gaitán

Aceptación

Palabra tan confusa como la incomodidad con que se recibe. Tiene tantos factores para dar cabida a esto que se confunde, lastima y se rechaza. La vida tiene este concepto que a diario ofrece situaciones que obligan a tomar lo que se va atravesando en el camino.

En primera instancia significa recibir voluntariamente todo lo que se nos presenta bueno o malo. Pero la voluntad de aceptar se daña cuando va en contra de la forma de ser, cuando se piensa que daña una parte de su mundo y que no puede funcionar si es recibido voluntariamente, por qué habría de hacerlo si causa dolor, decepción o sufrimiento cuando son cuestiones que violentan la esencia de un ser humano.

Porque es muy fácil aceptar eso que nos place o nos satisface porque se adapta perfectamente al pensamiento y estilo de vida. La mayor parte de las veces siempre resulta en una aceptación forzada una apertura a la que no se quiere llegar porque contraría los intereses personales o porque se tiene la visión de daño a futuro.

Esto no tendría por qué inquietar si no satisface simplemente se da la vuelta y sigue con su camino. Pero obsesivamente el pensamiento trae irrepetidamente eso que altera. Cabe detenerse en esa molestia y profundizar para alcanzar el punto importante y conocer el motivo por el cual esa aceptación es tan vulnerable en el comportamiento del hombre.

Si se entiende la razón por la cual se presenta la situación molesta llámese comportamiento, situación o maneras de ser, entonces será más fácil; o abandonar esa mala sensación y continuar adelante o conformarse y seguir lastimándose a sí mismo y resignarse a un modo de ser enfermizo que estanca. Esto no es cuestión externa, es un trabajo de introspección personal, es un enfrentamiento que causará recuerdos, resentimientos y corajes. Si después de sentirlos el ser humano con valentía se da cuenta que está fuera de su control, podrá avanzar fácil pero si daña su propia personalidad el trabajo interno tendrá que ser más intenso y constante, es como comenzar a crear el hábito de dejar pasar y continuar con la conciencia de que cada vez se está mejorando.

Si por el contrario la conformidad se incrementa, no hay desarrollo y se continúa con el pensamiento de no merecer una vida digna, es un círculo vicioso que lo mejor será o alejarse de eso o enfrentarlo con el escudo invisible de la fuerza por no continuar eso.

El carácter debe imponerse a pesar de las dificultades, fácil de decirlo y más titánico hacerlo aunque no imposible si quiere uno respetarse y amarse a sí mismo. Aceptar en muchos casos duele y más si hay impotencia en resolverlo. No hay magia ni milagros pero más dolerá si no recibe con el pensamiento de que no es posible cambiar todo lo que nos molesta, la aceptación es y será siempre la mejor opción para seguir adelante. Aceptarlo no es dejar a la deriva lo que espina el espíritu, es conocer que la idea de perfección muy personal en cada uno, es imposible. Lo posible es el cambio de actitud, es enfrentarse consigo mismo y darse cuenta que nada será a nuestra muy particular forma de ver el mundo y a las personas. Nada tiene por qué adaptarse a una persona, es ésta la que tiene que obtener la capacidad de entender, estar o no de acuerdo es otro asunto. Pero aceptar que así está este mundo o esta persona, es estar en paz con uno mismo ayudar si se puede, comprender también. Pero ofrecer en sacrificio la vida por una causa ajena sin la aceptación de aquella situación o ser, resulta desperdicio de esfuerzo y tal vez enfermedad y miseria espiritual. Nada vale tanto como la vida misma, así que es mejor cuidar primero la de uno para ayudar a los otros, sin peleas, sin corajes, sin decepciones, sin esperar nada a cambio. Imponer pensamientos o maneras siempre será un campo minado que indudablemente explotará en manos de quien quiera un cambio sin entender a lo otro.

No es una fórmula sencilla pero si muy efectiva y de cada uno depende el cuidar propia vida, sin incluir egoísmo. Esto es, me debo a mí mismo cuidándome y queriéndome, respetándome y no atormentarme por cuestiones fuera de mi propio control como ser humano.