La memoria

La memoria es una suerte de bodega cerebral dicen que con un poder de almacenamiento indescriptible. Es el archivo de la vida y cada ser tiene la propia. Porque qué sería ese ser vivo sin un algo que le diga lo que es y lo que va construyendo.

Contiene recuerdos, siempre recuerdos porque todo al pensarse y hacerse, en ese mismo instante, se vuelve un pasado confinado, bajo llave. La memoria se puede entrenar, ejercitarse como todo músculo. Debe hacerse porque siempre necesita alimentarse de cuestiones novedosas e interesantes y de eso que impacta y emociona.

Aunque también es defensora de experiencias desagradables, lo tóxico se olvida en el subconsciente, en un archivo muerto, no olvidado sino simplemente abandonado, arrinconado, eso dicen los conocedores del mecanismo de la mente. Y si el “conócete a ti mismo” funcionara como lo pregonaba Sócrates, fácilmente encontraríamos el camino que nos molesta. De lo que queremos soltar y que nos da miedo porque quizás nos convierta en un nadie, en una nada. Desconectados y sin poder funcionar porque no tendríamos roce con un mundo, con el exterior. Así que en el camino de la vida será siempre importante fortalecerla y desechar todo aquello que ponga en riesgo la plenitud del ser humano, nuestra plenitud.

Ella es la que nos permite seguir adelante. Quererse y respetarse es vital. Nutrirla con cuestiones bellas, inteligentes, útiles y valiosas. Porque todo eso que se acumule fortalecerá el espíritu. Sin éste, la memoria sólo actuará sobre caminos de amontonamiento efímero que aunque placentero finalmente será doloroso y vacío. Y no importará una gran suma de experiencias guardadas, el crecimiento interno será nulo porque la memoria sólo tendrá chatarra sobre la senda.

Este cofre lleva, lo que recuerda el ser humano y vive con eso que contiene. Son sus modelos a seguir. Vive de lo que se acuerda y de lo que sabe hacer, perfecciona procesos que ayuda a la sofisticación en su manera de almacenar. Marca actitudes, habilidades.

Y aunque en su complejidad existan debilidad y fortaleza. La suma de todo lo aprendido hará que ambas corran un solo camino. Mucho de esto reside en los buenos hábitos, la repetición y la constancia que desarrollarán un orden de ideas adecuadas para organizar, concentrar y recordar.

Constantemente hay que alimentarla, pero en un proceso selectivo, es decir, si los nutrientes de la memoria son basura, el comportamiento y la actitud también lo serán. Así que una tarea para el buen desarrollo de todo humano siempre será nutrir esa caja llamada memoria con todo lo que permita avanzar y realizar lo soñado, pensado o sentido. Es una parte importante de la inteligencia porque será ella la que tome de la memoria el proceso a seguir en la vida.

Si la persona llega al hastío, a la rutina, a soltar intereses vanos, la actividad cerebral hará que la memoria se debilite. La persona entristece y el cuerpo sufre de aquello que no recuerda o que no tiene porque lo creyó inútil, de lo que se ha ido por desilusión, coraje o por impactante y doloroso. El miedo y el temor bloquean la memoria y le impiden establecer una normalidad en su vida.

La memoria no tiene intenciones, sólo almacena. La voluntad de vivir y el interés que conlleva la reaniman y la templa. La ciencia resulta ser fría y ayuda por supuesto pero lo que detona el avispamiento de la memoria, no es la inteligencia no, es la energía vital de la voluntad lo que dispara el lanzamiento de lo que se tiene en ese baúl y que junto con la inteligencia y el conocimiento adquirido sabrá cómo, por qué y para qué habrá que utilizar lo que se ha quedado en esa memoria.

La confianza que otorga es única pues mide detalles, voces, rostros, actitudes, cómo comer, dormir, reír, soñar, es la persona misma. Una emoción o un detalle externo pueden abrir puertas de recuerdos que nos harán seguir o parar, arrepentirnos o llorar. Ella da a cada persona la descripción misma del mundo. Todo lo que pasa a través de la percepción, sentidos, pensamientos, todo queda registrado en ella. Es parte de uno mismo, sin ella difícilmente los proyectos y deseos continuarían no habría ningún lazo entre nadie ni con uno ni con el otro ni con nada. La memoria recuerda olores sabores, sentimientos, resentimientos, lo negativo lo positivo, valores. La continuidad de lo que somos se pierde. Es como la brújula de nuestro barco y sin ese timón la vida no se controla, no se reformaría. Imposible enmendarla hacerla crecer. Es la biblioteca de la vida y durante este camino va constantemente cambiando de unos libros por otros unas herramientas por otras, aumenta la agenda de personas que conocemos y con las cuales tendremos conexiones no importa si buenas o malas. La conexión de la memoria con la vida es tan importante que sin su contenido tampoco se hallarían causas o soluciones.

Cómo no atesorarla y cuidarla. Nutrirla y amarla. Esta será quizá una de nuestras más valiosas pertenencias que nos llevaremos al final del camino. Nos dirá si valió la pena esta gran aventura que es vivir.

La montaña rusa

No recuerda cuando fue su despertar, pero si recuerda con entero placer casi todo lo que desde aquel momento comenzó a pasar por su mente. Esto mismo le hizo comprender acerca de las cosas imperceptibles a los sentidos, así aprendió que el tiempo es como un carrito en una montaña rusa. El inicio fue como cuando compró el boleto. Los primeros nueve meses, como la espera de su momento en la fila. La primera infancia, cuando le tocó su turno, con la imperiosa ansiedad para tomar una ubicación en el artefacto, sin la experiencia de elegir una posición. Y luego, un poco más de zozobra, para finalmente iniciar el ascenso incomprensiblemente lento e impredecible, sin embargo, constante. En esta etapa, mientras fijaba su atención al final de la pendiente, inevitablemente su mirada subyugada, no le permitía siquiera un vistazo atrás. Mientras su ansiedad acaparaba todo su interés sobre aquella subida, más adelante y por un instante, pudo contemplar todo su derredor y entonces tomó conciencia del Tiempo. Una apreciación entre lo que fue, lo que es y lo que aún no. Y no obstante a pesar de esta última frase y de otras de las insólitas sensaciones difíciles de percibir por los sentidos: La Gravedad. En ese momento, le quedó claro que algo le reclamaba desde su espalda y a la vez algo le atraía hacia la cumbre. En aquel punto nuevamente pudo cavilar acerca de dos cosas, como capacidad propia de los seres humanos: La Intuición, que le permitió desde aquel instante presuponer el “aún no”. El artefacto continuó sobre las guías, fuertes, sólidas e inalterables y en cuestión de un parpadeo todo cambió, la predicción resultó un tanto distinta. La cumbre quedó atrás, y todo de repente se vino encima, aquella sensación de retención se convirtió en una vorágine de aceleración, que con feroz inclemencia empujaba sobre todo su ser. El viento, que en un principio le pareció una caricia, ahora resultaba una tormenta, los cabellos se habían vuelto locos, como queriendo huir en desesperada estampida, en la inclemente caída una espeluznante visión le atrapó por un segundo, al frente se cruzaba la estructura de la montaña rusa, cientos de maderos geométricamente entrelazados. Ni tiempo de cerrar los ojos, cortando la respiración y provocando un asfixiante alarido. La mente quedó confusa frente a tal incidente, mas no tardaba en tratar de cavilar aquella escena cuando en brusco giro primero a la derecha y luego a la izquierda, en subida vertiginosa y después de nuevo, la inevitable caída. El corazón latía desbocado, la piel en las mejillas ondulaban desordenadas, como arrancándose de aquel rostro de inconmensurables ojos desorbitados. Y de nuevo una y otra vez giros a la derecha, a la izquierda. Las manos, asidas a la barra con fuerza tal que parecía que las uñas sangrarían y los dedos amoratados aguerridos a su firme decisión de no soltarse ni por un instante. Los pies trataban de mantener el piso, pero las fuerzas implicadas les hacían ir de un lado a otro, indefensos, como los de un muñeco de trapo, como si bailaran la danza macabra del fin de la existencia. Después de un tiempo que pareció toda una eternidad, aquella experiencia llegó al final. Desaliñado, con el corazón saltándole del pecho, aquel, ahora hombre, reflexionó… ¿Por qué desean desaparecer a La Filosofía?

Al preguntarse esto, recordó entonces cuándo había sido su despertar…apenas hacía un instante.