Dicen “los que conocen” que es la séptima y última etapa en el desarrollo de la vida, creo que nunca me di cuenta de las otras seis. Sin embargo, estoy consciente de que sí es la última aunque a veces me confundo con ambas y me saltan diferentes significados, muy personales por supuesto.
Pienso que la ancianidad es el avance de los años, la acumulación de muchas juventudes, un cúmulo de experiencias, sabores, colores, variaciones en los sentimientos, la piel arrugada, los músculos flácidos, una pléyade de achaques, dentadura postiza, lentitud en las actividades, fuerza menguada y todas esas cuestiones peyorativas que me suenan cuando hablan de la “tercera edad”.
Pero aún así, el corazón sigue latiendo, anciano sí, pero no de ánimo o de ansias por nuevos proyectos, emociones, se tiene más tiempo, fondos económicos tal vez, pero el cerebro funcionando, creando, haciendo, no para gusto de todos o para obtener más ingresos sino para uno mismo.
Tiempo para aquellos proyectos dejados a mitad del camino, lecturas pendientes, escritos, esculturas, dibujos, un instrumento musical, todo al alcance, del tiempo abierto, la tercera eufemísticamente. Pero aunque se anticipa menos tiempo de vida, uno siempre dice: un día a la vez y eso se vive.
Se está más tiempo en el pasado, nostálgico, melancólico, qué tendría de malo o inútil, creo que nada. Al contrario es el tiempo de recordar aquello que se dejó por obligaciones, apatía, obstáculos no superados o miedo. Más irreverencia o menos temor por decir lo que se siente sin menoscabo del qué dirán.
Sin embargo, la vejez es otro significado, es el colapso de las emociones, la incapacidad del cuerpo para manejar situaciones por lo regular angustiosas, impactantes. Alguna experiencia traumática que avanza rápidamente a través de los órganos para salir y mostrarse en un rostro encanecido, triste, asustado, enojado, ansioso, angustiado. Alguien que interiormente se rinde ante el espectáculo de su vida, de sus pensamientos ansiosos, de rencores rumiados a diario, de venganzas planeadas constantemente, de decepción por el mundo o por uno mismo. No hay distinción de edad para este envejecimiento, se da en muchos jóvenes, adultos jóvenes, aquellos que siguen luchando por un espacio propio un mundo ideal, real, tranquilo, benevolente.
Hay jóvenes que se sienten viejos y ancianos. Viejos porque se resignan, tienen una visión derrotada de sus propias vidas y luchan para crearse su propio mundo perfecto y como la sociedad determina la muerte social, estos viejos ya lo sienten en la espalda, en sus quehaceres, la prisa los invade, se sienten desadaptados. Son jóvenes viejos, los prejuicios de la edad los invaden y también la arrogancia los cubre, pues al sentirse “viejos” creen ser maduros, desdeñando a los “jóvenes”. Los ideales como decía Galeano son caminos a seguir, son los planes que se crean con cierta perfección en la mente pero al estarse llevando a cabo existe siempre una contingencia un algo que desvía el plan perfecto y ahí es cuando se cae en la depresión o decepción. Uno siempre tiene grandes expectaciones hacia lo demás hacia otros. Esperamos siempre lo mejor sin tomar en cuenta que la realidad en la que se vive crea numerosos vectores hacia el punto final. Es ahí donde se envejece, se frustra, se amarga la existencia.
Así que ancianidad es la acumulación de años y experiencia. Vejez la resignación y la derrota. Ambos diferentes quehaceres de la vida.