Algunos filósofos o pensadores o escritores aceptan que el hombre es violento por naturaleza, malo dirían otros. Lo cierto es que de esta violencia surge el pensamiento de ser crueles, es decir, de infligir dolor o sufrimiento a uno mismo o a los demás o en algún objeto por qué no.
La crueldad actúa incluso en pequeños detalles cotidianos y además ejerce un velado o descarado placer en aplicarlo en aquello que lastima o que se cree origen de un sufrimiento mayor en uno mismo. Y hay un comportamiento vigente de crueldad en cada uno de los pensamientos que producen incomodidad incluso, son como pequeñas venganzas que nos hacen justificar esos actos porque se piensa en la bondad del origen del comportamiento personal y la ingratitud a quien no aprecio el acto.
Aplicamos crueldad sutil en comportamientos que parecen ser tiernos y delicados o en sobreproteger a alguien tanto hasta inutilizarlo, mutilarlo para que no funcione sino alrededor de uno mismo o de las necesidades del otro. Quizás ni se perciba como acto malévolo sino como un acto de justicia y eso suele ser peligroso sino se percibe en conciencia la sutil línea entre uno y otro.
La crueldad sacude la tranquila naturaleza de la persona y le llega como emoción profunda y despiadada viendo cómo quien la inflinge se regodea internamente al ver el sufrimiento de ese que se piensa más cruel que el mismo que ejerce el acto.
Se puede sentir el deseo de atormentar al otro en pequeñas acciones como el no decir lo que se siente, no enfrentar ese dolor y reclamarlo o explicarlo. No, el hombre no está educado para dialogar ante la crueldad del otro, está para aplicar el dolor de la misma manera y aún con mayor intensidad para hacerle notar cuán nefasto fue su proceder.
Actualmente se vive un entrenamiento constante en la violencia, aquella declarada en imágenes fijas o en movimiento, en el lenguaje velado como libertad de expresión, en las comunicaciones impersonales, en las burlas, los acosos, las ironías o sarcasmos. Todo es crueldad hacia la propia esencia del hombre pero también el otro lado se expone, la necesidad de reconocimiento, de sentido por la propia vida, del miedo al compromiso, de incapacidad de hablar con el otro o mantener el contacto visual que permita la transparencia del alma.
De manera que al ser vulnerables en el interior se construye una personalidad ficticia, que no es uno mismo y se utiliza para defensa y ofensa pero llorando siempre en el fondo. Porque sufre más quien contiene el recipiente de resentimiento y dolor y lo va volcando en su cotidianidad que a aquellos a quien se los lanza en olvido, venganzas, represalias, malas formas y actitudes enfermizas. Así que seguirmos siendo el problema pero también la solución.