La montaña rusa

No recuerda cuando fue su despertar, pero si recuerda con entero placer casi todo lo que desde aquel momento comenzó a pasar por su mente. Esto mismo le hizo comprender acerca de las cosas imperceptibles a los sentidos, así aprendió que el tiempo es como un carrito en una montaña rusa. El inicio fue como cuando compró el boleto. Los primeros nueve meses, como la espera de su momento en la fila. La primera infancia, cuando le tocó su turno, con la imperiosa ansiedad para tomar una ubicación en el artefacto, sin la experiencia de elegir una posición. Y luego, un poco más de zozobra, para finalmente iniciar el ascenso incomprensiblemente lento e impredecible, sin embargo, constante. En esta etapa, mientras fijaba su atención al final de la pendiente, inevitablemente su mirada subyugada, no le permitía siquiera un vistazo atrás. Mientras su ansiedad acaparaba todo su interés sobre aquella subida, más adelante y por un instante, pudo contemplar todo su derredor y entonces tomó conciencia del Tiempo. Una apreciación entre lo que fue, lo que es y lo que aún no. Y no obstante a pesar de esta última frase y de otras de las insólitas sensaciones difíciles de percibir por los sentidos: La Gravedad. En ese momento, le quedó claro que algo le reclamaba desde su espalda y a la vez algo le atraía hacia la cumbre. En aquel punto nuevamente pudo cavilar acerca de dos cosas, como capacidad propia de los seres humanos: La Intuición, que le permitió desde aquel instante presuponer el “aún no”. El artefacto continuó sobre las guías, fuertes, sólidas e inalterables y en cuestión de un parpadeo todo cambió, la predicción resultó un tanto distinta. La cumbre quedó atrás, y todo de repente se vino encima, aquella sensación de retención se convirtió en una vorágine de aceleración, que con feroz inclemencia empujaba sobre todo su ser. El viento, que en un principio le pareció una caricia, ahora resultaba una tormenta, los cabellos se habían vuelto locos, como queriendo huir en desesperada estampida, en la inclemente caída una espeluznante visión le atrapó por un segundo, al frente se cruzaba la estructura de la montaña rusa, cientos de maderos geométricamente entrelazados. Ni tiempo de cerrar los ojos, cortando la respiración y provocando un asfixiante alarido. La mente quedó confusa frente a tal incidente, mas no tardaba en tratar de cavilar aquella escena cuando en brusco giro primero a la derecha y luego a la izquierda, en subida vertiginosa y después de nuevo, la inevitable caída. El corazón latía desbocado, la piel en las mejillas ondulaban desordenadas, como arrancándose de aquel rostro de inconmensurables ojos desorbitados. Y de nuevo una y otra vez giros a la derecha, a la izquierda. Las manos, asidas a la barra con fuerza tal que parecía que las uñas sangrarían y los dedos amoratados aguerridos a su firme decisión de no soltarse ni por un instante. Los pies trataban de mantener el piso, pero las fuerzas implicadas les hacían ir de un lado a otro, indefensos, como los de un muñeco de trapo, como si bailaran la danza macabra del fin de la existencia. Después de un tiempo que pareció toda una eternidad, aquella experiencia llegó al final. Desaliñado, con el corazón saltándole del pecho, aquel, ahora hombre, reflexionó… ¿Por qué desean desaparecer a La Filosofía?

Al preguntarse esto, recordó entonces cuándo había sido su despertar…apenas hacía un instante.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>