Esas pequeñas fortalezas

Cómo es que siento que el tiempo ha pasado tan pronto. Cuando la vida en común con una familia comienza. Tiene planes, sueños, actividades qué hacer. Cada quien toma su tarea, pensada, planeada o no,  sólo la hace.

La vida en la actualidad tan rápida tan súbita. Las rutinas hacen que se pierdan tantos sentidos en el camino. Las responsabilidades como las bolas de nieve, pequeñas al principio y repente tan grandes. Cuesta cargarlas pero se sigue.

La vida cotidiana absorbe, luego son los deberes. Los hijos crecen, ayudados, cobijados o no. Errores que se cometen, a veces se corrigen o se la pasa uno dando disculpas que no terminan. Las personas hacen lo que pueden a veces con lo que tienen, otras con lo que pueden conseguir y continúan con su camino.

Las fiestas, las diversiones o entretenimientos llegan a ser también monótonos y repetitivos. No se siente que sea uno mismo, se deja absorber y se pierde en el ruido de las ciudades, se deja uno llevar por los amigos o parientes. Pero la inutilidad de las actividades comienza a ser lo mismo. Se pregunta uno mismo si lo que hace tiene alguna finalidad.

Y en el fondo siempre está aquella cuestión deseada, ya empolvada, las telarañas del tiempo nublan la claridad de esos pensamientos que quieren aflorar. Uno ya no encuentra el principio de la madeja. Cómo es que se perdió entre tanto marasmo civilizado. Escudriñando siempre entre los recuerdos, deseando siempre encontrar algo de qué asiarse para continuar.

Uno siempre trabaja, va como loco de allá para acá, sube, baja. Hace bien sus deberes, bueno eso se piensa uno. Que va bien como padre, como madre, como hijo, como nuera, como yerno. Al final cuando termina uno su labor de eso, se queda encordado como no dejarse detener pero ya hay un espacio grande, cada vez más grande. Entonces uno se detiene y ve para atrás una multitud de años y de minutos, sin cuenta de cuándo pasaron, por qué no se detuvieron un poco más. Y suspira de tantas horas, minutos y días que pasaron en la inmensidad de cuestiones absurdas.

Acumular bienes, amigos, parientes, fiestas. Nunca se detiene, siempre querer más, las demandas de todos, partirse en tres en cuatro además de uno mismo. Y no sé porque se pone uno muy triste, si porque el final está más cerca o porque quisiera enmendar o seguir cometiendo errores y sentir más alegrías.

Y siguiendo con esa búsqueda interna, esa voz nuestra que nunca miente y que está siempre en uno, en la profundidad, sigue apoyando y logra entonces encontrar grandes vivencias, experiencias deliciosas. Esas pequeñeces que todavía se encuentran en un baúl muy personal, muy íntimo. Esas que no se escapan de la piel y de la memoria. Y se perciben momentos más buenos que malos y más generosos de contento que de pena o enojo. Esos que te dejan lágrimas de alegría, que no puedes dejar de pensar y querer traerlos de vuelta contigo. Y uno se abraza de eso con toda su alma.

Cada persona es el fuego cálido de esas vivencias, de esas que se hacen fuertes con el tiempo. Y como los diques que protegen de las tormentas, de las violentas mareas. Eso es lo vivido con las querencias. Entonces uno se vuelve fuerte y tornan las ganas y regresa el ímpetu y se inyecta de nuevo el espíritu.

Es así como esas pequeñas fortalezas son las que ayudan a recrear el sentido de la vida y la continuidad del deleite. Porque si bien el tiempo vuela, aún en las malas experiencias lo bueno siempre será más de peso.

 

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